lunes, 27 de marzo de 2017

Historia de una triste canción

Uno vive, pero uno vive a su manera. Algunas personas son más de hablar, otras de hacer. Pero yo soy más de escuchar.
Lo que oigo cada día es música.
Y, sobre todo, lo que veo, son canciones.
Sí, lo que veo con mis propios ojos son sonidos. Sonidos que un día fueron únicos y que poco a poco se convirtieron en rutina.
¿Nunca habéis tenido la sensación de que cada persona que habéis conocido os recuerda a ese sonido tan peculiar de vuestro cantante favorito?
Las personas son canciones, unas más alegres, y otras más melancólicas.


Yo, por suerte o por desgracia, algunas canciones que recuerdo son tristes.
Y son tristes no porque haya tenido una mala experiencia con ellas, sino por cómo terminé de escucharlas.
Es como cuando aborreces un tema y decides no volver a saber de él.
Pero, cuando pensabas que ya la adicción a la melodía estaba superada, vuelves a recordarla, y a ver en tu mente todo aquello que te transmitía, los recuerdos que te trae, y las sensaciones que te daba.

Muchas canciones formaron parte de mi corazón, aunque sea durante un tiempo.
Ahora, no son más que cristales rotos procedentes de la vidriera quebrada por el paso del tiempo.
Es curioso cómo la vida por más que pasa tan solo deja destrozos en tu recuerdo y memorias imborrables.
Ahora, mi alma tan sólo escucha los momentos que pasé, como si fuera ciega. Y mi vista, tan sólo se digna a mirar a aquella música que hace ver todo con una mejor perspectiva.
Cuando empiezas a ver que ya la vida no es absolutamente nada sin su acompañamiento ni sin sus acordes de guitarra o de piano y, es por esa misma razón, por la que decides empezar a escuchar otros autores. Es cuando tu canción favorita pasa a ser otra.

Esta es la historia de una triste canción. Una que empezó siendo la que más me había emocionado, la que más lágrimas me había sacado, y la que más eufórico me puso. Con tan sólo escuchar los primeros arpegios ya la vida me sonreía.
Era una de esas que te levantaban el ánimo de forma perpetua. De esas que te identifican con un mundo donde estabas perdido. De esas que sientes que están escritas para ti y no para nadie más.
De esas, que cuando acaban, ya a nada le ves sentido.

Pasan los tres minutos, y un silencio abismal se abalanza sobre tu ser como si hubiera una tensión bélica hacia tu estado de ánimo. Ya tienes esa adicción, y no ves otra opción posible que volverla a escuchar, porque, ¿qué puedes perder? Así te tiras días, incluso semanas, sin darte ni siquiera cuenta que, aunque algo sea exclusivamente para ti, podría dejar de gustarte.

Y como con todo, uno se cansa. Se sabe la letra y cada una de las notas, y es por ello que empieza a decaer. Ya nada era como antes. Ya no se tiene esa ilusión con la que comenzó todo, y lo que antes te transmitía de forma automática, ahora cuesta verlo entre tanto sonido conocido.
Nada es nuevo, todo es rutina, abandonando la lucha dejándola de escuchar.
Se pasa mal. Es difícil superar que lo que antes era tu felicidad ahora pasó a convertirse en tu amargura.
La historia de mi triste canción pasó por eso. Y sé que no soy el único. Sé perfectamente que todos pasamos por lo mismo, que nuestras vidas están más que relacionadas y que, casualmente, a muchos de nosotros nos pasan semejantes experiencias, pero con distintos matices y entornos.
No tengo una fórmula para solucionar la vida. Yo tengo música.

Así, podrás volver a engancharte a otra canción, pero jamás podrás olvidar aquella que te marcó, ni podrás eliminar aquel momento en el cual la escuchaste por primera vez. Aquella sensación con los vellos de punta, con la mente en blanco, como si estuvieras meditando cual monje budista en la cima del monte Tíbet.
Pero no por ello se me olvidará la sintonía, ni se me borrará de la cabeza aquel videoclip. No por ello haré la inercia de cambiar de emisora cuando salga en la radio. No por ello decidiré no escucharla porque ya me cansé de ella. Tu alma siempre se negará a olvidar aquello que la rompió o la reparó.

Yo soy una canción a medias, en construcción. Puede haber unas que intenten derrumbarme y, a veces, lo han conseguido. Gracias a unas, he conseguido mantenerme y reconstruirme, del pasado hacia el futuro. Me ayudaron a ser quien soy, y darme cuenta de que puedo llegar todo lo alto que quiera. Gracias a otras, los pilares de mi sonido suenan a una mayor frecuencia, y la infraestructura va cogiendo forma. Me levantan el edificio y también el ánimo, y yo soy como un nostálgico que no puede evitar tener vestigios ácidos.
Agradecería tantas cosas que se quedaría corta en una sola canción. Por ello escribo la historia de algo, no que pudo ser y no fue, sino, simplemente, algo que fue. Fue mágico y a la vez real. Fue tan lento y a la vez tan fugaz.

Siempre nos quedará la música. Y siempre nos quedarán aquellas canciones que, durante apenas un momento, para nosotros fueron únicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario