domingo, 23 de julio de 2017

No son escuchados

Una vida perdida, una bala menos, encasillada, con su propia balística.
Una vida menos, una mirada que no volverá a brillar, una voz que no volverá a resonar.
Una vida que pasa a muerte, en un segundo, pero lentamente, lamentándose por no haber tenido demasiada suerte.
Una vida que se aleja, que no regresa, que ya no piensa, más que en otra cosa que no sea en dejar de respirar. En dejar de estar y ya está, en abandonar. En no luchar.

Ese suspiro que no vuelve. Esa piel que ya no reluce como antes. Ese latido sórdido. Esa sonrisa que se quedará seria e indiferente. Aquel llanto que ahora es silencio. Aquellas sombras que ahora no se mueven.


Es como el hombre sin lenguaje, que vive sin aspiraciones. No poder expresarse es lo mismo que estar muerto. Es estar condenado a una fatal desenlace.
La delgada línea que separa la vida de la muerte no es más que un hilo de seda pendiente del corte del sastre más cercano.
Todos somos sastres de la vida, y con nuestra libertad podemos escoger si reforzar ese hilar, o, simplemente, intentar destrozarlo.
Hay quienes sueñan con hacer del mundo un bonito vestido bordado, ceñido y con lentejuelas. También, hay quienes no ven la belleza.
¿Qué pasará por la mente de una persona que se está apuntando a sí misma con el cañón de una pistola?
¿Qué verá aquel ser que tiene la cabeza metida en una ligadura, dispuesta a saltar al vacío, para así, ahorcarse?
¿Qué pulso tendrá aquel que se está rozando con un cuchillo sus propias venas?
¿Qué sentirá esa persona que se encuentra al borde del abismo, queriendo tirarse, para suicidarse?
Si la locura pudiera medirse, ¿quién estaría más loco: el que decide quitarse la vida de una forma alocada, o el que prefiere vivir una vida de locos?
A veces la relatividad ni siquiera existe porque hay infinitos puntos de vista.
La infinitud es el mayor don de nuestra naturaleza. Que el universo sea infinito no es más que la prueba de que el ser humano, fruto de la catástrofe del caos, es un resto que puede llegar a ser infinitamente maravilloso, e infinitamente irreflexivo.
La flexibilidad de nuestra esencia, pudiendo estar a un lado del extremo, o en el otro.
Y, todo no es más que vida o muerte. Pero, cuando alguien, debido a su irremediable cordura, decide quitarse la existencia, ¿eso lo convierte en un enfermo?
En el mundo no existen personas enfermas de locura. Aquí hallamos seres que no son escuchados.

Por todas partes vemos acoso, golpes, insultos, amenazas, torturas, intimidaciones e, incluso, asesinatos. Jamás hemos tenido aquella voluntad de pararnos en medio del camino y observar.
Observar que existe algo más. Que la belleza de la vida muchas veces son los fallos que tiene, y que podemos mejorarlos. Pero, miramos hacia el suelo, nos hacemos los sordos, e intentamos silbar para disimular. Nos sale a la perfección. Resignación.

Y es que muchas veces no nos damos cuenta de que cada segundo que vivimos es totalmente irrepetible, que jamás tendremos la oportunidad de recuperarlo. Todos esos abrazos, todos esos besos, todos esos momentos los vivirás una sola vez. Nunca hay marcha atrás, incluso existen partes de nuestra vida que van aceleradas, sobre todo, cuando somos felices.
Uno se siente raro cuando se da cuenta de eso. Cuando llega a la conclusión de que esta es la vida real. Que un día acabará y todo lo que has vivido será tu mayor recuerdo. Estarás agonizando y tu familia se te quedará mirando en aquella habitación de hospital. Pasará toda tu vida por los ojos resumida en unos segundos como si se tratase de una película. Me suelo imaginar ese momento demasiadas veces y, así, es como me veo cerca de la muerte, y decido aprovechar lo que estoy viviendo.
Que no seamos inmortales nos convierte en seres más vivos, porque sabemos que un día ya no estaremos y tenemos que aprovechar cada oportunidad que se nos presenta.
Muchas veces me cuesta entender a las personas que deciden suicidarse, a pesar de que yo también tuve una etapa donde se me venía a la cabeza pensamientos de quitarme de encima el alma. 
Supongo que nunca lo hice porque tuve suerte. La suerte de ser escuchado y poder comentarle mis problemas a alguna persona que aparecía en mi vida.
A aquellos les debo todo.
Maldigo también a mi suerte por no haber podido encontrarme en mi experiencia a personas que decidieron quitarse la vida. Las hubiera ayudado en todo lo posible, les habría aportado conversación y les habría ofrecido mi empatía, la escucha de mis anécdotas y todo mi cariño hacia quienes no están pasando por buenos momentos.

Jamás dudéis en ayudar a alguien. Con vuestras palabras podéis salvar vidas.



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