domingo, 22 de octubre de 2017

Héroe y villano

Cuántos por qués nos preguntamos cada día y se quedan sin resolver, 
Cuántas vidas se quedan vacías cada segundo sin saber qué hacer.
Y no es más que un augurio lo que tengo por el cuerpo,
tengo la sensación de que nunca olvidaré lo que quise detener.


Curiosa memoria, el espejo del pasado, que nos guía por nuestra historia como si de una película se tratara. Cada momento, tiene un protagonista, una situación, un tiempo, un escenario y un antagonista.

El problema, me temo que es, que en cada uno de los relatos, mi persona era a la vez el héroe y el villano.

Me propuse salvar al mundo y, a la vez, aniquilarlo.
Quise ser un salvador proveniente del infierno, que condenaría a las almas a sucumbir ante el diablo.

Hoy, vengo a contaros una de mis memorias, donde yo fui el creador y el mismo causante del destrozo del recuerdo.
Fui el precipicio que separa la montaña del océano.

A veces, nuestra vida es como una noria, estamos arriba y nos sentimos únicos. Pero, nos entra esa fatiga, ese cansancio, que nos obliga a pedir que de allí nos saquen.

Un día, conocí a una mujer. Hablamos y hablamos, reímos y nos amábamos.
Elaboré una hipótesis, al mismo tiempo que establecí la teoría de que nadie más podría hacerme más feliz.
La confirmé hasta el día de hoy, a pesar de nuestras peleas infantiles, de nuestros piques, de nuestros lloros y la impotencia del final.
Ella era la que arreglaría mi vida. Yo le acepté que entrara, le abrí la puerta, y me quedé hablando en el portal. Le propuse que viviera conmigo, y, desde entonces, ya nunca me sentí  que volvía a vivir solo. 

A pesar de que se fue, siempre noté que estuvo a mi lado, porque hay etapas donde el presente es más débil que el pasado.

Mientras más la conocía, más la deseaba. Era como una espiral autodestructiva condenada a eclipsar.
He de precisar que mis intenciones con ella no eran más que disfrutar, aunque mi alma se haya roto de tanto llorar.

Pasábamos noches locas, de esas que sales sin planes y acaba siendo el mejor día de tu vida. De esos momentos que nunca olvidarás ni con el mayor de los alzheimer.

Pero, la pasión se vio abocada al fracaso, y la rutina se convirtió en la mayor de nuestras citas. Nos abandonamos, nuestros amores se distanciaron y las discusiones se hicieron constantes.

Lo que antes era un viaje hacia una ciudad desconocida, ahora era quedarse toda la tarde en casa viendo una película.
Yo no quiero ver una película, yo quiero vivirla.
Quiero sentir por mis huesos y por cada uno de mis poros que hay mejores guiones que los que ya están escritos. 
Quería escribir mi propio destino.

Ella lo entendió. Me dejó marchar. 
Yo fui un héroe, por atreverme a contarlo, pero un villano por no tratar de cambiarlo.

Tiempo después, aún noto esta presión en el pecho que me deja frío e inerte. Es la sensación de escucharla en mi cabeza, de verla con mis ojos, de sentirla en mi corazón, pero de notarla lejos.

Tan lejos que quema, tan sumamente distante que el universo se me queda pequeño.

Entonces se dignó mi conciencia a preguntar si la seguía manteniendo en aquel hueco de mi alma donde la puse cuando la conocí por primera vez.
Y, me temo que he de responder que no, que solamente la encuentro en aquellas sensaciones de soledad y en aquellos malos tragos que he de tomar. 

Muchas veces me cuestiono qué es el amor. 
En este caso, el amor fue destruir aquella casa que construí con gran empeño, dejar ir al pájaro de papel que me llenaba el estómago, y mirar hacia adelante buscando retos nuevos.

Aunque siempre quedará en mi cabeza: ¿qué habría ocurrido si no lo hubiera hecho?




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