viernes, 12 de julio de 2019

Música

Las personas somos como música, transmitimos melodías, llevamos un tiempo, un estilo y tenemos en nuestro ser ciertos instrumentos.

La música fluye dentro de nosotros. Hay personas que deciden tocarla más fuerte, otras que con un volumen bajo les sobra. Existen quiénes hacen un acústico, y los que hacen de ellos una orquesta sinfónica.



Hay unos a los que les gusta tocar blues, otros flamenco y su quejido, otros más hip-hop con su bombo y caja -siempre en lenguaje de la calle- o incluso pueden preferir rock and roll -con la melena al viento y saltando sin cesar-. Unos llevan una armonía suave y melancólica, y otros usan un violín para alegrar la escena.

Unos usan timbales, otros triángulos, algunos prefieren adquirir platillos, y los hay más de trompetas para poder anunciar un nuevo suceso, haciéndose los interesantes. Hay quiénes tocan música nueva sólo por un beso.



Con el tiempo, vamos aprendiendo a cómo elaborar mejores obras y contenido, a transmitir mejor y, sobre todo, a saber entender el sonido de las canciones de las personas con las que nos topamos.
Incluso, muchas veces tenemos directores de orquesta, que nos guían, nos aconsejan, nos llevan, como si de un barco velero se tratara. Se izan las velas del pentagrama y avanzamos en clave de sol siguiendo una escala de do mayor.


No hay música buena, ni música mala, hay quien la entiende, y quien no la entiende. Hay una música brillante, con la intención de reventar un escenario, y también hay cantos en la ducha, de esos que hacemos en la intimidad, cuando no hay nadie en casa.
Porque, en el mundo de la música también existen los tímidos y los extrovertidos, los que comunican y los que no, los que quieren escuchar y los que quieren ser escuchados.


Pero, ay, qué sería de nosotros si no compartiéramos la música, nuestros cantos, los golpes, los crecendo, los piano, los forte, los trinos, los intervalos. Qué sería de nosotros si toda nuestra fuerza no la lleváramos fuera, dispuesta a atravesar la barrera del sonido.



Quizás, y sólo quizás, puede que Mozart nunca hubiera llegado a ser Mozart, y, digo, que el réquiem que tiene mi corazón por ti ahora, nunca habría sido escrito.