lunes, 7 de noviembre de 2016

Noche desértica

No es que sea un árbol, pero quise echar raíces.
No es que sea una planta, pero plantado me dejaron.
Es que soy un humano, que libertinaje no quiere.
Es que soy tan animal, que no supe ni razonar cómo.

Ya ni soy yo, pero tengo matices.
Me quise descomponer, y ahora soy muy simple.
No es que no quisiera saltar, es que me quedé atrás.
No es que no quisiera llegar, es que me faltaba aire para respirar.
No es que no supiera correr, es que ya ni podía andar.
Sentado me quedé observando, 
cómo la vida recorre su presente sin mirar a su pasado.


Granos de arena, en mis manos se deshacen, como 
cuando las palabras acaban y ya no hay frase.
Ni siquiera ya hay oración que valga,
porque las plegarias solo las escucha mi conciencia.

No hay ni Dios ni diablo, solo un color dorado, un aroma angosto y pesado, y un sonido inexistente que invoca a la naturaleza en mi nombre.

Conciencia desértica, y tormentas secas que no cesan.
Ojos arenosos, el cuerpo sucio, y el alma impura.
Silencio absorbido, por las dunas y sus mesetas.
Cuando pienso que no hay ya nada, miro al Sol,
y él, siempre está ahí, quizás porque es una estrella.

Mirando los eclipses pude ver que al final no es para tanto,
que ceniza y polvos somos, y que para olvidarlo, 
tenemos que mirar al suelo en vez de al cielo.
Tenemos que fijarnos en el lugar donde seremos enterrados, 
en lugar del cual al que aspirar soñamos.

Desierto en mi corazón, oasis en mi cabeza.
La verdad nunca es cierta, pero verdadero es el vacío de mi pecho,
y el lleno perfecto el de mi mente con historias que recuerda,
a la época cuando todo era océano y azul, barcos y marina con olor a salado.

Me gusta buscar problemas, incluso crearlos,
por eso estoy aquí, tan aislado.
Pienso la próxima forma de meterme en líos,
y luego juego con ellos, como si fuera un crío.

Prefiero eso, a huir de ellos, como los valientes,
que se golpean y dicen, que son bravos y todo resuelven.
Pero no, no crean soluciones, solo parches y aislantes,
y siguen corriendo, huyendo, mirando a atrás sin girarse.

El atardecer se desvanece y ya ni siquiera puedo ver.
Pero dicen que el amor es ciego.
¿Eso querrá decir que ahora no odio nada?
A lo mejor significa que odiamos las cosas que no son de dentro.

Menos mal que tengo la manta, aunque me deje los pies fríos.
Menos mal que el vivir mata, y no al revés.
Menos mal que la muerte es vida, porque nada es final sin su principio.


Noche tapada con manto de lámparas, otras son planetas, que dan más vueltas ellos que nosotros a nuestra cabeza.
Y ellos no piensan, solo hacen.
Ellos actúan y no paran, porque a lo mejor la gravedad es más fuerte que las ganas que tengo por vivir.

Pero qué me dirán, si yo soy feliz aquí.
Disfrutando de esta postal, con grillos de fondo, y la casa sola entre escombros.
Mi mano llena de tierra y la Tierra girando conmigo en el punto más álgido.
La Tierra girando mientras yo no noto nada, porque quizás, la gravedad ganó, no solo a mis ganas de vivir, sino a la conciencia de sentir que sigo vivo y moviéndome.
Moviéndome, aunque esté tumbado, pensando, y con el alma en coma desde hace más de quince años.



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