domingo, 13 de noviembre de 2016

Desierto mojado

Noches frías, y cielos grises.
Vidas alegres, y no tristes. Más bien debería de ser así, así de simple.
Pero no se encuentra otra cosa que no sean pasos encharcados y los bordes de los pantalones mojados por charcos. El susurro del viento hace la calle más silenciosa, aunque sin él, el ruido no resurgiría.
Solo llueve, y no hay nadie.
El sonido de la lluvia amansa hasta a las fieras, ya que la ciudad se convierte en desierto por tan solo un cambio de tiempo, a pesar de que el tiempo siempre se esté moviendo.


Parece que ha sido caer agua del cielo y todos han decidido quedarse en casa porque iban a resultar heridos por el desprendimiento de aguas.
Y no, a mí no me daña.
De hecho, el agua es una de las pocas cosas que no lo hacen.
A veces me pregunto qué ve la gente cuando me mira, y sobre todo a los ojos.
¿Verán a ese gran triunfador que me imagino ser o tan solo seré aquel fracasado que intento ocultar?
Sé lo que la gente piensa de mí, aunque luego me pongan excusas tontas diciendo que sé hacer algo a lo que ellos no le dedican ni un segundo.
Sé que me ven y se comienzan a preguntar que por qué soy tan raro, que por qué voy siempre solo, o por qué he decidido salir un lunes a las tres de la madrugada a dar un paseo al centro mientras diluviaba.
El cielo está encapotado, pero no por ello hace que mi alma se sienta llena y completa.
Hacen falta muchas cosas para conocerme, pero siempre será más fácil el comentar, el cuchichear, el ocultar, el fingir, el dañar, el criticar y el juzgar.
Más concreto, no sé por qué no somos el país con mayor número de jueces. Darían todos un trabajo espectacular y llevaríamos nuestra tasa de criminalidad a cero si fuera posible.

Me encanta ver cómo todos tienen la solución perfecta pero no la aplican a sus problemas. Es como el decir que eres un experto en mecánica pero sin tener ni idea de cómo arreglar tu propio coche. Fantástico.

¿Sabéis qué? Ojalá yo tuviera lo mismo que vosotros. Ojalá yo tuviera alguien a quien contarle todo lo malo, e incluso lo bueno, que me sucede. Será eso de que quien tiene más de una cosa es el que menos la valora, porque yo ahora mismo no tengo a nadie y no valoro el estar solo.

Ya hasta dejo que la capucha no tape mi cabello. Me gusta sentir la vida hasta sus últimas consecuencias. El notar cómo se desliza el frío, la humedad y el destello del contacto de mi piel con el agua tan gélida no es que me haga reflexionar, sino todo lo contrario.
¿Nunca habéis tenido esa sensación de que necesitáis dejar la mente en blanco?
De que necesitáis no hacer nada, y dejar que la vida pase mientras por vuestra mente no pasa otra cosa que no sea el momento actual que está ocurriendo en vuestra vida.
Algunos lo llaman meditar, yo simplemente lo llamo "mi momento", quizás porque todo lo que me pasa es solamente mío, debido a que, todo lo que me ocurre a mí mismo, solamente lo puedo ver yo, por lo que eso hace automáticamente que todas esas partes que me suceden sean mías.
Digamos que es como la intimidad. Una intimidad que aunque la contase, muchos jamás podrían verla como yo la veo, y mucho menos sentirla.

Y muchos no entenderán el por qué estoy dando esta vuelta, tan tarde y con esta situación climática. Muchos ni siquiera se interesarán en ir más allá, y preguntarse qué busco.
Pues no estoy tratando de encontrar nada. Aunque hay algo que está perdido hace tiempo, pero sé que hoy no va a parecer: yo.
Noto como me distancio de la vida, o que la vida se distancia de mí. No sé explicarlo, ni justificarlo, tan sólo soy capaz de ver cómo a unos les va estupendamente y yo sigo teniendo los mismos problemas de siempre.
Y, como la lluvia cuando inunda una alcantarilla, parece que de ahí no voy a salir.
Incluso parece que encontraré una salida, pero volverá a llover y me veré en una situación igual o peor.
De momento, me limito a caminar y oír nada más que mis pasos. Voy paso a paso ante la vida, a pesar de la lluvia, o gracias a la lluvia. Porque gracias a la lluvia ha sido por lo que he salido a estas horas, y ya no estoy en el lugar de siempre, sin las mismas ganas de siempre.

Paso a paso, dejar que unas gotas me paren y haciendo algo que nadie quiere hacer: probar la lluvia y mojarme.

Luego, se pondrán muy románticos, cariñosos, encaprichados y sensitivos, pero no son más que impulsos, no sensaciones. No son más que ganas de presumir y decir que sientes, cuando lo que es único en la vida jamás te atreverás a apreciarlo.

Lluvia desértica, como lo reconocerán algunos. La tormenta trajo el desierto, la nada, la soledad y el desamparo. El diluvio trajo su contrario, porque a veces las cosas no suceden en el orden que uno piensa.
Un desierto mojado, que no deja lugar a dudas de que, por mucho oasis que hayan en él, nunca dejará de ser un lugar solitario, calmado y lleno de silencio por cada esquina y momento.

Parece que ha sido casi nada y para los demás ha sido todo.
Fue cuando comenzamos a ser humanos, cuando debimos dejar de sentir, porque ya ni queremos saber lo que es el notar el golpeo de unas gotas con el tacto de nuestra piel.



No hay comentarios:

Publicar un comentario