viernes, 20 de noviembre de 2015

Violencia, ignorancia, repugnancia.

Bajo la cavidad del ser humano se encuentra su fallo. Una especie que podría tener una perfecta inteligencia, pero que ve como se queda en el intento por usar la violencia.
Violencia, todo acto de pensamiento, palabra, omisión u obra, es ignorancia, repugnancia. Provoca el asco más espeluznante entre los mejores diablos y ángeles.

La crueldad no se mide, solo se juzga. ¿Eres pacifista, o tan solo un animal que se desahoga empleando la fuerza con tanta entrega que al final piensa menos que una piedra?
No es una virtud ni un defecto, únicamente carencia de ética al completo.
El mero hecho de desprender rabia y odio a quién no quería meterse en ningún lío.
Furia como la que desata el racismo, la homofobia o el machismo.

Unos pretenden dar lecciones de humildad, otros prefieren ignorar la realidad.
Somos medio violentos medio listos, no hay problema en reconocerlo. Dame una ecuación matemática, la resuelvo, luego iré a pegar tiros al Congreso, para más tarde, robarle la cartera al que paga sus impuestos.

De nuevo a sacar dinero del banco, el mismo que financia la industria de armas y deja a las dictaduras bien armadas. No hay bandos, tan solo intereses, intereses del préstamo y el que hay hacia los jueces.

Después, llegaré a casa, con las manos ya de sangre manchadas, diciéndole a mi esposa por qué no hizo la cena, y pegarle por no obedecer al líder de su manada.

Periódicos, noticias, refugiados buscando casas, en sus países ya quedaron destrozadas. Aquí ese moro que no venga, que me quita el trabajo de mi empresa inglesa. Nos lo van a arrebatar todo, incluso los productos que importamos desde China o Indonesia. No hay nada cien por cien nacional, hasta el pensamiento racista se da a escala mundial. No hay nada que celebrar, tan solo los ascensos en el curro que supone la invasión de un país con bombardeos.
Lo llamaban Primavera Árabe, querían rebeliones. Deseaban conseguir petróleo, pero se han dado cuenta de que han creado un monstruo.

Ahora a ver la tele, un poco de fútbol, a insultar al negro que no corre, pero, que cuando marca, es el mejor del mundo.

Toca irse a dormir, a soñar mientras otros no pueden vivir. Antes, dar un beso a mis hijos, a uno de ellos, al menos, porque el otro es homosexual y no quiero besar a ese que de la vida no me hace disfrutar. Aun recuerdo cuando me dijo que le gustaban los hombres, pensé, "qué desgraciado va a ser de mayor este pobre". Su hermana es mucho mejor, va a llegar virgen al matrimonio, qué santa, demasiada pureza para tanta mugre en la vida de una familia de mierda.

A la cama, a ver como mi esposa me da la espalda. Dice que le duele la cabeza. Pero insisto y la violo con arte, como el cura pedófilo que predica amor en la parroquia de mi calle.

Al día siguiente me levantaré y veré como el mundo sigue igual, igual de pacífico que desigual, donde la pobreza y la violencia son una pareja bailando un vals.

Dicho está, vivimos en un sitio perfecto, pero no viajamos a África, porque nos dan miedo, sobre todo, los negros.

Yo, en cambio, temo a la ignorancia. Me hace llorar, ya que, gracias a ella, pasan cosas como estas.






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