viernes, 4 de marzo de 2016

Cinco de la mañana

Son las cinco de la mañana, estoy despierto, pero no siento nada.
Es de madrugada, por la calle solo suenan mis pasos, mis andares, mis huellas y suelas, porque mis pensamientos callados se mantienen, a solas. Levantado estoy de piernas, pero caído por las tristezas, derrumbado por una derrota. Ya no hay gota de sangre en este corazón que palpita sin tener vida, ahora.


Y, ¿sabéis lo que veo tan temprano (o tan tarde, según como de adelantado tengas el reloj)?
Observo la ausencia, la carencia y la dependencia. Me explico. Voy a dar la perspectiva de alguien sin importancia, de alguien sin prestigio, de alguien sin honores, pero con mucho orgullo.

Tenemos ausencia, de inteligencia, de ciencia. Poseemos abundancia de ignorancia, pero yo empiezo a estar harto ya de que a uno se le califique de débil porque se le caigan las lágrimas, porque uno se cansa de todo cuando oye que van a votar al candidato más guapo para la presidencia.
Estoy hasta el alma de escuchar sandeces, como de que los animales no tienen derecho a vivir dignamente, como cuando me dicen que el ser humano no es libre, como cuando te ponen una etiqueta por conocer una millonésima parte de tu ideología, como aquellas personas que fingen amar por conveniencia.

Carencia, perteneciente a un teatro lleno de fobias, de caretas, marionetas y disfraces, que podría mejorarse con unas cuantas actitudes que, ahora, están vacías. Gestos como dar los buenos días a un desconocido en vez de mirar con cara de psicópata, como hablar con tu familia a la hora de almorzar, en lugar de ponerte con el móvil o cualquiera mierda más.

Posturas, ojalá sexuales, pero no, eso se nos da bien, como rechazar darle dinero a una persona que te lo ruega de buenas maneras, como llorar por los negritos del continente africano, pero ignorar a los españoles en paro.
Poses, parecidas a quejarte del profesor cuando suspendes, similares a manifestarse en contra de incógnitas que no conoces con gritos y estupideces.
Aires, llenos de miedo. Brisas que contienen un hedor muy parecido al pánico, y ahora es mi ánimo, mi amigo, quien solloza por un mundo donde un concejal gana más que un médico.

Cinco de la mañana, voy solo, y solo pienso en esto. Pienso en el amanecer que aparecerá en tan solo unas horas, en el crepúsculo que se pondrá en las montañas para dejar que la noche renazca, en el canto de los pájaros que hace afrontar el día desde otro punto de mira, en el viento que me toca cada vez que digo que a este mundo nada le supera a maldades ni mentiras.

Dependencia, de la tecnología, del progreso. Yo lo llamo hipocresía, inciso. Progreso fue la cura del ébola, meses después de la llegada del virus a Europa, cuarenta años más tarde de que lo sintiera África.
Desarrollo fue la colonización, que llevamos a sitios nuevos de nuestros imperios inventos para que los más atrasados los supieran, los conocieran. Aunque no lleváramos la invención de la esclavitud, si que la exageramos y se la enseñamos mejor que cualquier ser humano.
Avance como arrojar la democracia y la gran paz, con pistolas de por medio y machetes arrojados en muertos.

Muchas veces, cuando alguien dice "crecimiento", puede que esa función de nivel ascendente se vuelva en tu contra simplemente porque lo manda el ser todopoderoso del territorio.


Tenemos dependencia del consumo y de la insatisfacción material, propio de seres que viven en una armonía destrozada en su sustancia. ¿Para qué pensar, si puedo comprar? ¿Para que rectificar, si puedo sobornar? ¿Para qué saber, si puedo vender?

Tantas compras y ventas, pero luego nos robaron con delicadeza.
Tenemos un amor que podemos comprar a plazos. Tenemos una amistad que conviene tener o no. Nos arrebataron la esencia de la razón, de la moral y la ética.
Y, sin eso, la esencia solo se vuelve algo falso dentro de un cuerpo que ya no se mueve, ya no importa ni que los sentimientos se eleven.

No se si me he explicado bien, pero son las cinco de la mañana y sigo sin entender la mayoría de las cosas. Sigo sin ver la luz al final de este túnel, de este cordel que quiero usar para coser la cultura y la inteligencia. Puede que haya civilización, pero, por ahora, no hay personas.





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